La placenta simboliza la vida, el espíritu y la individualidad. Es el origen, como el agua, que simboliza el origen de la vida en la tierra.
Es curioso observar que en la cultura maorí -el pueblo indígena de Nueva Zelanda- tanto la «tierra» como la «placenta» se representan con la misma palabra: whenna.
Este órgano, que se forma en el interior del útero durante el embarazo, está implicado en un escenario místico en muchas culturas. Así, hay tradiciones en las que, tras el nacimiento de un niño, se entierra la placenta. Se trata de un ritual sagrado que representa una vuelta a los orígenes.
Lo mismo hacen los aymaras, por ejemplo, un pueblo precolombino que cree que la placenta está espiritualizada. Para evitar que su mujer o su hijo enfermen, el padre del niño lo lava y lo entierra.
El ritual también es seguido por un pueblo nigeriano que entierra la placenta creyendo que es el gemelo del recién nacido.
En Asia, el pueblo hmong cree que la placenta es la primera prenda del niño. Al enterrarla, creen que, tras la muerte, el alma irá en busca de estas prendas.
También hay quienes creen que comer la placenta aporta beneficios -siguiendo el ejemplo de muchos animales-, lo que es descartado por los estudiosos de la salud.
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